EL ORIGEN DE LA VIDA
(OPARIN)
Si la vida es de
naturaleza material, estudiando las leyes que la rigen podemos y debemos hacer
lo posible por modificar o transformar conscientemente y en el sentido anhelado
a los seres vivos. Ahora bien, si todo lo que sabemos vivo ha sido creado por
un principio espiritual, cuya esencia no nos es dable conocer, deberemos
limitarnos a contemplar pasivamente la naturaleza viva, incapaz ante fenómenos
que se estiman no accesibles a nuestros conocimientos, a los cuales se atribuye
un origen sobrenatural.
Sabido es que los
idealistas siempre han considerado y continúan considerando la vida como
revelación de un principio espiritual supremo, inmaterial, al que denominan
alma, espíritu universal, fuerza vital, razón divina, etc. Racionalmente
considerada desde este punto de vista, la materia en si es algo exánime,
inerte; es decir, inanimado. Por lo tanto no sirve más que de materia para la
formación de los seres vivos, pero éstos no pueden nacer ni existir más que
cuando el alma introduce vida en ese material y le da a la estructura, forma y
armonía.
Este concepto
idealista de la vida constituye el fundamento básico de cuantas religiones hay
en el mundo. A pesar de su gran diversidad todas ellas concuerdan en afirmar
que un ser supremo (Dios) dio un alma viva a la carne inanimada y perecedera, y
que esa partícula eterna del ser divino es precisamente lo vivo, lo que mueve y
mantiene a los seres vivos. Cuando el alma se desprende, entonces no queda más
que la envoltura material vacía, un cadáver que se pudre y descompone. La vida,
pues, es una manifestación del ser divino, y por eso el hombre no puede llegar
a conocer la esencia de la vida, ni, mucho menos, aprender a regalarla. Tal es
la conclusión funda mental de todas las religiones respecto de la naturaleza de
la vida, y no se concibe ni se sabe de ninguna doctrina religiosa que no llegue
a esa conclusión.
Sin embargo, el
problema de la esencia de la vida siempre ha sido abordado de manera totalmente
diferente por el materialismo, según el cual la vida, como todo lo demás en el
mundo, es de naturaleza material y no necesita para ser perfectamente
explicado, el reconocimiento de ningún principio espiritual supramaterial.
La vida no es más
que la estructuración de una forma especial de existencia de la materia, que lo
mismo se origina que se destruye siempre de acuerdo con determinadas leyes. La
práctica, la experiencia objetiva y la observación de la naturaleza viva
señalan el camino seguro que nos lleva al conocimiento de la vida.
Toda la historia de
la ciencia de la vida -la biología- nos muestra de diversas maneras lo fecundo
que es el camino materialista en la investigación analítica de la naturaleza
viva sobre la base del estudio objetivo, de la experiencia y de la práctica
social histórica; de qué forma tan completa nos abre ese camino correspondiente
a la esencia de la vida y cómo nos permite dominar la naturaleza viva,
modificar la conscientemente en el sentido anhelado y transformarla en
beneficio de los hombres que construyen el comunismo.
La historia de la
biología nos brinda una cadena ininterrumpida de éxitos de la ciencia, que
demuestran a plenitud la base cognoscitiva de la vida, y una sucesión
ininterrumpida de fracasos del idealismo. Sin embargo, durante mucho tiempo ha
habido un problema al que no había sido posible darle una so lución
materialista, constituyendo por esa razón, un buen asidero para las
lucubraciones idealistas de todo género. Ese problema era el origen de la vida.
La religión
cristiana al igual que todas las demás religiones del mundo, continúa
sosteniendo hoy día que los seres vivos han surgido y surgen de pronto y
enteramente constituidos por generación espontánea, a consecuencia de un hecho
creador del ser di vino y sin ninguna relación con el desarrollo o evolución de
la materia.
Vemos, pues, que el
“hecho” de la generación espontánea de seres vivos, que teólogos de diferentes
religiones querían explicar corno un hecho en que el espíritu vivificador
infiltraba vida a la materia inerte y que implicaba la base de todas las
teorías religiosas del origen de la vida, vino a ser un “hecho” inexistente,
ilusorio, basado en observaciones falsas y en la ignorancia de sus
interpretadores.
En el siglo XIX se
aplicó otro golpe demoledor a las ideas religiosas, respecto del origen de la
vida. C. Darwiny, posteriormente, otros muchos hombres de ciencia, entre los
cuales están los investigadores rusos K. Timiriázev, los hermanos A. y Y.
Kovalevski, 1. Mécnikiv y otros, demostraron que, a diferencia de lo que
afirman las Sagradas Escrituras, nuestro planeta no había estado poblado
siempre por los animales y las plantas que nos rodean en la actualidad. Por el
contrario, las plantas y los animales superiores, comprendido e hombre, no
surgieron de pronto, a] mismo tiempo que la Tierra, sino en épocas posteriores
de nuestro planeta y a consecuencia del desarrollo progresivo de otros seres
vivos más simples. Estos, a su vez, tuvieron su origen en otros organismos
todavía más simples y que vivieron en épocas anteriores. Y así, sucesivamente,
hasta llegar a los seres vivos más sencillos.
Ahora bien, el
surgimiento de la vida no tuvo efecto de golpe, como trataban de demostrar los
sostenedores de la generación espontánea y repentina. Por lo contrario, hasta
los seres vivos más simples poseen una estructura tan compleja que, de ninguna
manera pudieron haber surgido de golpe; pero si pudieron y debieron formarse
mediante mutaciones continuadas y sumamente prolongadas de las substancias que
los integran. Estas mutaciones, estos cambios, se produjeron hace mucho tiempo
cuando la Tierra aún se estaba formando y en los períodos primarios de su
existencia. De aquí, precisamente, que para resolver acertadamente el problema
del origen de la vida haya que dedicarse ahincadamente al estudio de esas
transformaciones, a la historia de la formación y del desarrollo de nuestro
planeta.
En lo fundamental,
todos los animales, las plantas y los microbios están constituidos por las
denominadas substancias orgánicas. La vida sin ellas es inexplicable. Por lo
tanto, la primera etapa del origen de la vida tuvo que ser la formación de esas
substancias, el surgimiento del material básico que después habría de servir
para la formación de todos los seres vivos.
Lo primero que
diferencia a las substancias orgánicas de todas las demás substancias de la
naturaleza inorgánica, es que en su contenido se encuentra el carbono como
elemento fundamental. Esto puede verificarse fácilmente calentando hasta una
alta temperatura diversos materiales de origen animal o vegetal. Todos ellos
pueden arder cuando se les calienta donde hay presencia de aire y se carbonizan
cuando al calentarlos se impide la penetración del aire, mientras que los
materiales de la naturaleza inorgánica —las piedras, el cristal, los metales,
etc.—, jamás llegan a carbonizarse, por más que los calentemos.
En las substancias
orgánicas, el carbono se halla combinado con diversos elementos: con el
hidrógeno y el oxígeno (estos dos elementos forman el agua), con e nitrógeno
(éste está presente en el aire en gran des cantidades), con el azufre, el
fósforo, etc. Las diferentes substancias orgánicas no son sino diversas
combinaciones de esos elementos, pero en todas ellas se encuentra siempre el
carbono como elemento básico. Las substancias orgánicas más elementales y
simples son los hidrocarburos o composiciones de carbono e hidrógeno. El
petróleo natural y otros varios productos obtenidos de él, como la gasolina, el
keroseno, etc., son mezclas de diferentes hidrocarburos. Partiendo de todas estas
substancias, los químicos consiguen obtener fácilmente, por síntesis, numerosos
combinados orgánicos, a veces muy complicados y en muchas ocasiones idénticos a
los que podemos tomar directamente los seres vivos, como son los azúcares,
grasas, los aceites esenciales, etc.
En la atmósfera de
las estrellas más calientes, el carbono se manifiesta en forma de átomos libres
y disgregados. El Sol, ya lo vemos, en parte, haciendo combinaciones químicas,
formando moléculas de hidrocarburo de cianógeno y de dicarbono.
Es de excepcional
importancia el estudio de los meteoritos, esas “piedras celestes” que de tanto
en tanto descienden sobre la tierra procedentes de los espacios
interplanetarios. Estos son los únicos cuerpos extraterrestres que se pueden
someter directamente al análisis químico y a un estudio mineralógico. Tanto por
la índole de los elementos que los componen como por la razón en que se basa su
estructura, los meteoritos son iguales a los materiales que hay en las partes
más profundas de la corteza de la Tierra yen el núcleo central de nuestro
planeta. Se en tiende fácilmente la gran importancia que tiene el estudio de la
textura material de los meteoritos para aclarar el problema de las primitivas
composiciones que se originaron al formarse la Tierra.
En todos los
meteoritos se halla carbono en diferentes proporciones. Se te encuentra sobre
todo en forma natural, como carbón, grafito o diamante en bruto. Pero las
formas más usuales para los meteoritos son las composiciones de carbono con
diferentes metales, los llamados carburos. Es precisamente en los meteoritos
donde se ha encontrado por primera vez la cogenita, mineral muy abundante en
ellos y que es un carburo compuesto de hierro, níquel y cobalto.
En las épocas en que
se descubrió por vez primera la existencia de hidrocarburos en los meteoritos,
imperaba todavía la falsa idea de que las substancias orgánicas (y,
consecuentemente, también los hidrocarburos) únicamente podían formarse en
condiciones naturales con la intervención de organismos vivos. De ahí que
muchos hombres de ciencia adoptaron entonces la hipótesis de que los
hidrocarburos de los meteoritos no se conformaron, originariamente, sino que
eran productos de la desintegración de organismos que vivieron en otros tiempos
en esos cuerpos celestes.
Sin embargo,
investigaciones muy meticulosas realizadas posteriormente, destruyeron esas
hipótesis, y hoy día sabemos que ‘os hidrocarburos de los meteoritos, al igual
que los de las atmósferas estelares, aparecieron por vía inorgánica, es decir,
sin ninguna conexión con la vida.
En los finales del
siglo pasado y comienzos de éste, cuando la química de las proteínas aún estaba
por desarrollarse, algunos hombres de ciencia creían que las proteínas
entrañaban un principio misterioso especial, unas agrupaciones atómicas
específicas y que eran las generadoras de la vida. Visto desde ese ángulo, el
origen primitivo de las proteínas parecía enigmático y hasta se creía poco
probable que tal origen hubiese tenido lugar. Pero si ahora examinamos este problema
desde el punto de vista de las ideas actuales referente a la naturaleza química
de la molécula proteínica, todo él adquiere un aspecto absolutamente opuesto.
Sintetizando
esquemáticamente los últimos adelantos obtenidos por la química de las
proteínas, debemos señalar ante todo la circunstancia de que en nuestros días
conocemos muy bien las distintas partes —los “ladrillos”, pudiéramos decir— que
forman la molécula de cualquier proteína. Porque esos “ladrillos” son
precisamente los aminoácidos, substancias bien conocidas por los químicos
actualmente.
En la molécula
proteínica, los aminoácidos están ligados entre sí mediante enlaces químicos
especiales, formando así una larga cadena. El número de moléculas de
aminoácidos que integran esta cadena cambia, según las distintas proteínas, de
algunos centenares a varios miles. Es por eso que dicha cadena suele ser muy
larga. Tanto, que en la mayoría de los casos, la cadena aparece enrollada,
formando un enredado ovillo, cuya estructura sigue, no obstante eso, un
determinado orden. Este ovillo es lo que, en realidad, constituye la molécula
proteínica.
Por lo tanto la
química moderna de las proteínas nos está revelando que en una época remota de
la Tierra, en su capa acuosa, pudieron y debieron formarse substancias
proteinoides. Desde luego estas proteínas primitivas” no podían ser exactamente
iguales a ninguna de las proteínas que existen ahora, pero si se parecían a las
proteínas que conocemos. En sus moléculas, los aminoácidos estaban unidos por
los mismos enlaces que en las proteínas actuales. Lo distinto aparecía
solamente en que la disposición de los aminoácidos en las cadenas proteínicas
era diferente, es decir, menos ordenada.
Mas esas “proteínas
primitivas” ya tenían, tal como las actuales, unas moléculas enormes e
innumerables posibilidades químicas. Y fueron justamente esas posibilidades las
que determinaron el papel de excepcional importancia efectuado por las
proteínas en el proceso ulterior de la materia orgánica.
Naturalmente que el
átomo de carbono de la atmósfera estelar no era todavía una substancia orgánica, pero su extraordinaria facilidad
para combinarse con el hidrógeno, el oxígeno y el nitrógeno llevaba implícita
la posibilidad, en determinadas condiciones de existencia, de poder formar substancias
orgánicas. Exactamente lo mismo ocurrió con las proteínas primitivas, pues en
sus grandes propiedades encerraban posibilidades que habrían de conducir
forzosamente, en determinadas condiciones del desarrollo de la materia, a la
formación de seres vivos. Así es como en las fases del desarrollo de nuestro
planeta, en las aguas de su océano primitivo, debieron constituirse numerosos
cuerpos proteinoides y otras substancias orgánicas complejas, seguramente
parecidas a las que en la actualidad integran los seres vivos. Pues bien, como
es natural, se trataba solamente de materiales de construcción. No eran, valga
la frase, sino ladrillos y cemento, materiales con los que se podía construir
el edificio, pero éste, como tal, no existía todavía. Las substancias orgánicas
se encontraban únicamente, y en forma simple, disueltas en las aguas del
océano, con sus moléculas dispersas en ellas sin orden ni concierto.
Naturalmente, faltaba aún la estructura, es decir, la organización que
distingue a todos los seres vivos.
De todo lo anterior podemos
concluir que la vida surge después de muchos años de un sin numero de
transformación de la materia hasta llegar lo que es ahora, y que la religión
nos ha dado un punto de partida al decirnos que polvo somos y en polvo nos
convertiremos, ya que es un principio verdadero y sin importar el credo que se
tenga siempre prevalecerá este pensamiento.